Me gusta ponerme mis audifonos. Es como silenciar al mundo entero. Me siento libre, como si estuviera sola en el mundo, como si entrara en un nuevo mundo. No escucho a nadie ni nadie me escucha, no veo a nadie ni nadie me ve, no siento a nadie ni ellos me sienten. Puedo cantar a todo pulmón, puedo moverme al ritmo del rock, puedo cabecear a lo metalero. Cerrar los ojos y cantar poniendo tu alma en ello, como si todo lo demás diera lo mismo, como si lo mismo fuera todo lo demás. En esos momentos me siento viva, me siento feliz y triste al mismo tiempo. Es que el corazón palpite al ritmo del rock, es que el rock siga el ritmo del corazón. Ya no me importa lo que el resto del mundo haga, puedo vivir y dejar morir y ellos me dejan vivir. Los acordes de la guitarra, el retumbar de la batería, el casi imperceptible bajo, el frecuentemente olvidado teclado, la voz, los coros. Todo.

A veces me pregunto como es que un ser que destruye su mundo sin consideración, que es increíblemente ambicioso, que es capaz de ser cruel con el projímo sin tener escrúpulo alguno, como un ser así puede crear algo tan maravilloso como es la música,

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